2.3 Visita

El capítulo 2.4 estará disponible el 18 de Septiembre. Muchos besos a tod@s.

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No me di cuenta de que me había dormido hasta que un golpe seco me hizo despertar; para entonces Andrew ya no estaba en la habitación, y volvía a encontrarme totalmente sola. Mi instinto me informó de que ya era noche bien entrada, de luna creciente y brillante.

A pesar de que recordaba haber estado sentada en el suelo en ese momento me encontraba tendida sobre aquella cama desconocida, supuse que mi amigo me había colocado allí antes de que volvieran a llevárselo, ¿Pero cuándo iban a sacarme a mí?

Me incorporé sin llegar a levantarme y apoyé la cabeza contra la pared. En mi vida recordaba haber estado en una situación tan frustrante. Podía enfrentarme a todos ellos, derribar las puertas y dejarme llevar, pero eso supondría…

Sentí una pequeña patada y me acaricié como respuesta.

-Todo saldrá bien, ya lo verás.

Fue en ese momento cuando la puerta se abrió y Aro asomó la cabeza. Me extrañó no verle con su típica capa, en lugar de eso llevaba una camisa roja abotonada y unos pantalones negros.

-Confío en que tendrás hambre- sonrió sin entrar en la habitación- ¿Querrías acompañarnos?

-¿Acompañaros a dónde?- Me incorporé algo dudosa sin dejar de acunar mi vientre.

-Al comedor, querida, para alimentarte.

En el momento en que lo dijo noté cómo el hambre se apoderaba de mi cuerpo. ¿Cuánto tiempo hacía que no tomaba un buen desayuno? Mi estómago habló por mí, cosa que a Aro le pareció tremendamente divertida.

-Hemos traído los más exquisitos manjares para tu degustación- tendió la mano hacia mí- Estoy seguro de que disfrutarás de ellos.

-No tengo hambre- mentí, aunque di un paso hacia él- Quiero que me expliquéis de una vez qué es lo que ocurre.

Aro avanzó hasta cogerme la mano. Su tacto era muy extraño, diferente al de toda mi familia, como si fuera más duro, una verdadera piedra, más helada y rasposa. No me aparté, supuse que a causa del hambre que me dominaba y al extraño cansancio físico que el embarazo provocaba en mí.

-Prometo que te explicaremos todo durante la cena- volvió a sonreír- Dame solo un pequeño voto de confianza, no tienes nada que perder.

¿Lo tenía? Seguramente estaría igual de segura en el comedor que en esa cárcel de lujo, aparté mi piel de él de un tirón, pero me situé a su lado frente a la puerta.

-¿Tengo tu palabra de que no nos haréis nada a ninguno de los dos?

-Jamás permitiría que otro vampiro tocara a tu bebé- parecía sincero- Te lo aseguro.

Concentré mis sentidos antes de decidirme por completo; por el sonido del aire contra las paredes detrás de la puerta había un corredor de al menos diez metros de largo, quizás con una o dos puertas que llevaban a otras habitaciones como esta, y no había ningún vigilante en todo el recorrido, al menos ninguno de gran tamaño. Aun así no podía averiguar qué era lo que me esperaba al otro lado del comedor, algo realmente frustrante.

-¿A qué te refieres con ‘Explicaremos’? ¿Voy a comer un grupo de gente?- quise saber.

-No queremos que te sientas incómoda, solo seremos Marco, Caio y yo, nada numeroso. Y para ser sincero no probaremos bocado.

Finalmente acepté que de nada serviría negarme, Aro poseía un aura extraña, cuanto más tiempo pasaba con él más creía en sus palabras, a pesar de ser él el causante de mi secuestro. Y tenía demasiada hambre como para pensar con claridad.

Aro volvió a tenderme la mano, pero hubo algo en sus ojos que me hizo dudar.

-No voy a leerte la mente, querida- insistió- Sería una enorme falta de educación por mi parte, y soy perfectamente capaz de controlarlo, al igual que tú tienes la capacidad de abrir y cerrar el canal de tu mente a tu antojo.

Con una ligera vacilación acepté la invitación y ambos salimos de la celda. En efecto me encontraba en un largo corredor, de paredes rojas con varias inscripciones latinas a modo de cenefa tanto en la parte superior como inferior. El suelo era de piedra, igual que el de la habitación, aunque más desgastado por su uso y el paso de los años.

Ya fuera podría intuir con más claridad el número de personas próximas a mí. Había una bifurcación al final del pasillo que lo dividía en dos. La parte izquierda era sombría y se inclinaba hacia abajo, llegando a lo que parecía un semisótano sin apenas iluminación, con una pesada puerta de metal. La parte derecha, hacia la que nos dirigimos, era totalmente diferente; iluminada con grandes antorchas y unos metros más ancha.

Había cuadros a ambos lados de la pared. La mayoría pertenecían a Aro, Marco y Caio, y por lo que pude ver estaban ordenados cronológicamente, pasando del más puro estilo clásico al contemporáneo. Me sorprendió ver al abuelo en más de uno, sabía que había pasado un tiempo junto a los Vulturis, pero en aquellos retratos parecía… un miembro del grupo. Me paré para observarle mejor en uno de ellos, en el que Aro y él se sentaban alrededor de un tablero de ajedrez con expresión divertida. Carlisle tenía un alfil en la mano, y miraba a su compañero con un verdadero gesto de amistad.

-Es un excelente jugador- comentó Aro a mi espalda- Durante años eché de menos competir con él, en realidad aun hoy sigo añorándolo. No he encontrado a nadie como él en muchos aspectos.

Acerqué mis dedos a la pintura sin llegar a tocarla. Realmente hubo un tiempo en que había sido feliz con ellos.

-Supongo que la verdad siempre acaba saliendo a la luz- concluí sin más mientras proseguía mi camino.

No tardamos mucho más en llegar al comedor, que era más grande de lo que había esperado. Tarde una décima de segundo en detectar y clasificar a las personas de la estancia. Los compañeros de Aro se situaban en los extremos de una mesa alargada, con las manos cruzadas sobre el mantel de seda roja. El olor era casi embriagador: Tortitas, huevos, salchichas… cerré los ojos casi sin darme cuenta, no sin antes percibir que dos humanos, se apostaban ante las puertas laterales de la habitación con aire ausente, esperando seguramente alguna orden. Un tercer hombre surgió de detrás de mí y se adelantó para retirar una de las sillas y ofrecerme asiento, que acepté con una pequeña sonrisa.

-Gracias- musité acomodándome en la pesada silla de madera.

Cuando todos estuvimos sentados el camarero de la izquierda puso un cuenco de cereales ante mí. Me descubrí intentando contener el instinto de agradecerle a Aro su hospitalidad.

-Bueno- comencé tras haber tomado un par de cucharadas- ¿Vais a decirme por qué me habéis secuestrado?

-¡Secuestrado!- exclamó el líder con un deje de sarcasmo- Qué molesta palabra.

-Siento no encontrar un sinónimo más adecuado.

-En ningún momento hemos pretendido haceros daño a ti o tu familia, Renesmee- Aro se paseó un cuchillo entre las manos- Pero deseábamos contar con tu presencia… y sabíamos que no vendrías por las buenas. Solo hemos forzado un poco la visita.

-Habéis implicado a gente inocente, a humanos- espeté- Esto no es una simple visita.

-Daños colaterales, menores. Casi imperceptibles dada la causa.

Señaló a mi plato para que siguiera comiendo.

-¿Entonces puedo irme si así lo deseo?

Me miró con los ojos entornados, meditando la respuesta.

-Nos hemos tomado demasiadas molestias como para dejarte ir tan fácilmente- concluyó con tranquilidad.

-Por supuesto- reí, había esperado esa respuesta.- Supongo que al menos me diréis qué esperáis de mí.

-Hemos estado observándote, conocemos muy bien tus poderes, al igual que el hecho de que ni siquiera te has tomado la molestia de ejercitarlos, podría afirmar sin apenas riesgo a equivocarme que en tu corta existencia ni siquiera has prestado atención a tus habilidades de nacimiento.

Le miré de reojo, metiéndome un trozo de tortilla en la boca para no tener que contestar. Aro prosiguió.

-Eso nos preocupa, conocemos tus capacidades y tenemos una vaga idea de hasta qué punto podrían desarrollarse. Como ves no tengo intención de ocultarte nuestros planes. Tan solo queremos prestarte una pequeña ayuda. Podrías tomarlo como unas vacaciones de entrenamiento.

Tardé unos segundo en asimilar la información.

-¿Me habéis traído aquí para entrenarme?

-Exactamente, como verás nuestros planes poco o nada pueden dañarte.

Aquella actitud era insoportable. Intentaba actuar como un amigo, un padre, un consejero. Llevaba una sonrisa de pega en los labios y jugaba con las palabras y los hechos hasta ponerlos a su favor. Casi me hacía olvidar el hecho de que me habían traído allí por la fuerza, de que había mentido a mis padres, transformado a Andrew en contra de su voluntad.

-¿Dónde está Nahuel?- Quise saber- ¿Qué le habéis hecho?

-Te prometo que le verás muy pronto- se limitó a decir- En apenas unas horas, si no opones resistencia. Será uno de tus… entrenadores, por llamarlo de alguna manera. Sabes que él no te haría nada malo.

-¿Y mi hijo? No puedo hacer ningún esfuerzo, podría hacerle daño.

-No te preocupes por eso… No empezaremos con el entrenamiento físico hasta que os tengamos a ambos.